miércoles, 21 de octubre de 2015

Francisco, el Papa de los pobres

El Papa Francisco está logrando, con su carisma y su incansable espíritu misionero, que la opción por los pobres sea concreta y visible, tanto para los cristianos como para todos aquellos atentos a su palabra y su obra, creyentes o no. Francisco está llevando la voz de los pobres a todos los rincones del mundo, y le habla a los poderosos sin miedo ni reservas. No se cansa de hacer evidente su opción por ellos, de mostrarse cercano y atento a sus necesidades. Así quedó claramente manifestado durante sus últimos dos viajes apostólicos de este año, a Ecuador, Bolivia y Paraguay en julio, y más recientemente a Cuba, Estados Unidos, y a la sede de la Organización de las Naciones Unidas en septiembre.
Sin embargo, esta actitud de Francisco, que ha atravesado todo su pontificado hasta el momento, lo marcó de manera fundamental desde el comienzo. Es por ello que el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, al momento de su asunción como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica eligió un nombre peculiar: Francisco. ¿Por qué eligió este nombre, que hasta entonces no había utilizado ningún Papa? Porque su llamado fue a realizar una Iglesia por los pobres y para los pobres, y la figura de San Francisco de Asís representaba esta opción. Cuenta el Papa Francisco que al ser elegido, su gran amigo, el Cardenal brasileño Claudio Hummes le dijo: “No te olvides de los pobres”, y esa palabra se le marcó a fuego en el corazón: los pobres.
Es necesario y urgente que el mundo escuche a los pobres. El Papa quiere que ellos se hagan oír. Así, se preocupa y ocupa, no los deja librados a su suerte o a la suerte que los poderosos deciden para ellos. Francisco tiene clara conciencia del amor y cuidado de Jesús con los necesitados y excluidos, y quiere que la Iglesia cumpla su misión con ellos para inspirar a que todos sean parte de esta tarea desde sus posibilidades y sus habilidades. Si bien todos tenemos responsabilidad de acción, Francisco recuerda a los gobernantes y a los economistas la responsabilidad aún mayor que tienen con sus pueblos. “Amen a su patria, a sus conciudadanos y, sobre todo, amen a los más pobres. Así serán ante el mundo un testimonio de que otro modelo de desarrollo es posible”, nos dice el Papa.

En el pobre, está el rostro de Jesús. Y no estamos únicamente llamados a brindarles un plato de comida, un refugio o un abrigo. El llamado implica esto, pero también es más profundo y alude a su dignidad: reconocer su ser persona, aprender de ellos y colaborar en su desarrollo, ofrecer la apertura del corazón. Es claro que debemos velar por sus necesidades básicas, pero nunca descuidar el apoyo, la compañía. El contacto, la mirada. Todos formamos parte de un mismo pueblo y una misma casa. Francisco es rotundo: “Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”. Pongamos, con compromiso y alegría, manos a la obra.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Francisco, un Papa cercano a los pueblos, en la Asamblea General de la ONU

El Papa Francisco dio en la mañana del 25 de septiembre una magistral cátedra en la sede de la Organización de las Naciones Unidas en el marco de su viaje apostólico a Cuba y EEUU.


Luego de su paso por Cuba y el Congreso de los Estados Unidos, el Papa Francisco visitó la Organización de las Naciones Unidas y dio un discurso frente a los representantes de los más de 190 países que la integran. Fiel a la preocupación por el ambiente y por la exclusión de los pobres, el Papa reafirmó su compromiso e instó a la comunidad internacional a actuar concretamente para recuperar el respeto por el medio ambiente y la vivencia de la fraternidad universal, que implica la conciencia de sacralidad de todas y cada una de las vidas humanas.
Remarcó la necesidad de que todos los países del mundo puedan tener una participación real y equitativa en las decisiones en función de eliminar el abuso sobre los países en desarrollo. Pidió especial compromiso a los organismos financieros internacionales para terminar con la opresión y la dependencia económica que ejercen a través de los créditos, utilizados como una herramienta de dominación y exclusión. Es fundamental recuperar los derechos de los países y de las personas, y es tarea de la ONU velar por los derechos humanos y del ambiente, así como también se vuelve exigencia el compromiso de todos los gobernantes con medidas urgentes y concretas para que sean realmente efectivas las instituciones. La política y la economía deben estar transversalmente marcadas por la justicia y los representantes de los pueblos deben responder a las necesidades de los suyos y garantizarles los derechos con los que aún no cuentan o que no se respetan, rescatarlos de la situación de exclusión y de pobreza en la que están envueltos. Es su deber garantizarles un mínimo: techo, trabajo, tierra y libertad de espíritu.  
Si no hay compromiso activo de parte de la comunidad internacional, el ideal de la fraternidad universal, del respeto a la dignidad humana, de un mundo equitativo y en paz se pierde, “corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables” enfatizó Francisco.
Con firmeza y convicción, el Papa pidió terminar las amenazas de destrucción mutua entre los países, que sumergen a la ONU en un clima de miedo y desconfianza para la acción, convirtiéndola en un fraude. Para esto es preciso un acuerdo sobre la cuestión de las armas nucleares, y el Papa apoyó esperanzadamente el reciente acuerdo en Asia y Oriente Medio sobre el tema. También pidió especial atención sobre el narcotráfico, que calificó como una guerra silenciosa, peligrosamente asumida por el mundo actual y contra la que nada se hace.
En continuidad con la importancia del servicio desinteresado y comprometido, del servicio al modo de Jesús, que el Papa expresó en su homilía en la Plaza de la Revolución en La Habana, insistió en la necesidad de trascendencia de sí mismo por el bien de los otros e instó a la renuncia de la construcción de una elite omnipotente. Para orgullo de todos los argentinos, en la conclusión de su discurso en la sede de New York de la ONU, el Papa citó el Martín Fierro promoviendo la fraternidad universal para la protección mutua de quienes buscan su propio beneficio a costa de todos los que hoy son marginados y descartados, y son “devorados” por los poderosos. El Papa Francisco aseguró su apoyo y su oración, así como el de todos los fieles de la Iglesia Católica para que la ONU, los Estados que la conforman y sus funcionarios sean verdaderos servidores de los pueblos y del mundo. 

Acercamiento a la Encíclica "Laudato si" del Papa Francisco sobre el cuidado de la casa común

 Este informe comentado de la Encíclica "Laudato si" del Papa Francisco, ofrece una mirada sintética de la misma, que nos permite acercarnos a ella e introducirnos en el mensaje que Francisco quiere transmitir a todos los pueblos del mundo sobre el cuidado del planeta y la atención a los pobres y excluidos. Es una Encíclica de alto contenido social que nos plantea desafíos actuales y urgentes, a los que es esencial responder con compromiso desde nuestro lugar y posibilidad, como parte de la búsqueda por la justicia social.


La Encíclica “Laudato si” del Papa Francisco busca plantear el actual desafío del cuidado del medio ambiente, desde una perspectiva de diálogo y una amplia apertura a toda la humanidad, con una especial manifestación de la opción por los pobres. La Encíclica no se dedica únicamente a tratar el tema desde la reflexión teológica o pastoral, sino que busca abarcarla con el aporte de las ciencias y hacerla posible a todos los sujetos, indiferentemente de su opción religiosa.


La introducción nos ubica ante la necesidad urgente de la reflexión y de la acción por el cuidado del mundo, llamado nuestra casa común, lugar de expresión de la fraternidad universal de los hombres. Francisco se muestra en una línea continuadora de Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes comenzaron esta tarea antecediéndolo. También celebra el aporte del Patriarca Bartolomé. Así mismo, señala como fuente de inspiración a San Francisco, de quien tomó el nombre al ser elegido Sumo Pontífice, modelo de amante de la naturaleza y protector de los pobres, siempre comprometido.

El primer capítulo “Lo que le pasa a nuestra casa”, se avoca a describir la situación actual del planeta y de la sociedad que lo habita, nunca inseparables sino íntimamente relacionados. Relaciona el problema de la contaminación y la basura con la cultura del descarte, mostrando como necesario un modelo circular de producción que no agote los recursos y modere el consumo, para de esta manera aprovechar al máximo y hacer efectivo el reciclaje. La alteración del clima produce su impacto mayormente en los países en desarrollo, ya que los medios con los que cuentan no les permiten adaptarse y hacer frente a los eventos catastróficos o a la transformación del medio que les provee recursos para la subsistencia. Por ello, deben adoptarse políticas de protección para frenar el cambio climático de modo urgente. También la cuestión del agua afecta especialmente a los pobres, ya que muchos países han optado por la privatización del recurso sujetándolo a las leyes del mercado y excluyendo a quienes no tienen acceso, negándoles un derecho básico a la vida y violando su dignidad. Resalta la necesidad de atender al impacto ambiental que se produce sobre la biodiversidad, dejando la opción por lo inmediato y el rédito económico, siendo de vital importancia la intervención de los gobiernos nacionales para la preservación del ambiente y los recursos del propio país que no deben venderse a intereses foráneos. Para esto es fundamental el trabajo de los investigadores para desarrollar programas y estrategias de protección. Este deterioro del ambiente se traduce en un deterioro de la calidad de la vida humana tanto en zonas urbanas como rurales, dado que se ha perdido contacto con el entorno natural, y en muchos casos, la privatización ha cerrado la posibilidad de encuentro con los paisajes bellos. Además, la constante presión de los medios digitales ha callado la posibilidad de reflexión profunda y amor generoso entre los hombres provocando aislamiento e insatisfacción. Es especialmente complejo este deterioro entre los pobres y excluidos, dado que quienes intentan reflexionar sobre la cuestión ambiental y la condición de vida de los marginados, lo hacen desde un confortable sillón y en una ruidosa ciudad. El planteo ecológico siempre debe incluir el planteo social. Esta inequidad se vive tanto a nivel local como internacional, donde los países desarrollados someten a los que están en vías de desarrollo con la constante y opresiva deuda externa. Francisco señala que el problema es cultural, ya que la sociedad no enfrenta la crisis ambiental ni social. Esto se debe en parte, a que los poderes económicos ejercen manipulación en la sociedad imponiéndose ante el bien común, ejerciendo la especulación y la incansable búsqueda de rédito financiero.

El segundo capítulo “El evangelio de la creación”, argumenta desde la fe, buscando los aportes propios que la religión puede hacer a la ciencia en la realización de una ecología integral. En los relatos bíblicos, el hombre fundamenta su ser relacional en tres pilares: Dios, el prójimo y la tierra. El hombre habrá de labrar y proteger la tierra, así como todos los seres vivos que la habitan, respetando las leyes internas de lo creado. Dios le confía esta empresa al hombre, porque la creación es un proyecto de amor donde cada ser y cada elemento tiene una propia lógica y dignidad. Jesús propone un modelo de servicio, donde lo central sea la justicia y la fraternidad entre los hijos de Dios, siendo opuesto al modelo opresivo y dominante que se hace presente en todas las épocas. Siempre la cuestión ecológica, debe estar acompañada de una solidaria preocupación por los excluidos.

El tercer capítulo “Raíz humana de la crisis ecológica”, busca explicitar la responsabilidad del hombre en el deterioro ecológico provocado, producto del paradigma tecnocrático. Si bien el conocimiento técnico trajo grandes beneficios, también ha dado poder y dominio sobre el mundo a aquellos que tienen el suficiente poder económico para adquirirlo. Se ha caído en una falacia del progreso ilimitado que dañó profundamente la conciencia que el hombre habría de tener de sus propios límites. Este paradigma controla también la economía cuando se cree que la solución de los problemas de la humanidad se encuentra en el mercado. Si bien, muchos sectores de la sociedad advierten la deficiencia y el peligro de este paradigma, está tan encarnado en la sociedad y en el sistema mundial actual, que es prácticamente imposible proyectar fuera de él y mucho más renunciar a sus facilidades. Se ha perdido de alguna manera el contacto con la realidad, tanto de la naturaleza como del mismo hombre. Se vuelve entonces necesario recuperar el valor del trabajo que fomenta el desarrollo de la persona, y para ello los gobiernos deben promover una verdadera libertad económica, que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial, aún cuando esto implique limitar a quienes ejercen el poder económico en su mayor densidad.

El cuarto capítulo “Una ecología integral”, propone de manera concreta qué considera como ecología integral en todos sus aspectos. Fundamentalmente, implica una sólida relación entre los sistemas naturales y los sistemas sociales, donde el cuidado por el medio ambiente implique, al mismo tiempo, la preocupación por los pobres. Llama a la economía a adoptar esta dimensión integral, así como también a las instituciones, dos piezas necesarias en la construcción de la sociedad. Propone velar no sólo por el cuidado del medio ambiente, sino también por el cuidado de las culturas y las identidades originales. Es preciso también poner atención en el espacio cotidiano donde la sociedad lleva a cabo su vida. En muchos casos la creatividad supera los límites del espacio y la escasez de viviendas, pero en muchos otros, la falta de condiciones pone en jaque el desarrollo digno de la vida. Por ello, es necesario velar por los espacios comunes y promover el sentido de pertenencia, y también mejorar la realidad del transporte público. La ecología integral tiene que necesariamente vincularse con el bien común, y es el Estado quien en primer lugar e ineludiblemente tiene que responder por el bien común de los ciudadanos. Hoy en día, el bien común se traduce esencialmente en la opción preferencial por los más pobres y en la consideración de las generaciones futuras: es una cuestión básica de justicia.

El capítulo quinto “Algunas líneas de orientación y acción”, sugiere diversos diálogos que ayuden a la resolución de la cuestión ecológica y social planteada a lo largo de toda la Encíclica. El primer diálogo es con la política internacional, de modo que las soluciones abarquen a la comunidad global, no responda únicamente a los intereses de los poderosos, y se pueda plantear un proyecto común. Sin embargo, es fundamental que cada país sea soberano de sí mismo, aunque se manifieste la intención de un caminar conjunto. es necesario que las instituciones organizadas a nivel mundial sean funcionales a su mismo fin y dejen de responder a unos pocos, ejerciendo el verdadero poder que le permitan sus facultades. El segundo diálogo es con las políticas nacionales y locales, ya que cada Estado ha de sancionar en su jurisdicción con el firme objetivo del bien común. Es la misma población la que debe garantizar y obligar, si es necesario, a que el Estado cumpla con aquello que le es debido y no responda a la corrupción. El tercer diálogo es con los procesos decisionales, implicando transparencia y facilitación de la información, de modo que queden resguardados de la presión de los poderes económicos. El cuarto diálogo es el de la política y la economía, de modo que ambas velen por el desarrollo de la persona y de la sociedad y dejen de responder a intereses particulares o parciales. La noción de progreso no debe ser eliminada del nuevo paradigma, pero sí debe ser reinterpretada de modo que incluya a todos los que hasta ahora han sido excluidos. El quinto diálogo es de las religiones con las ciencias, dado que aquellas aportan a éstas un conjunto de valores y principios éticos sobre los cuales apoyarse sólidamente. Estos principios no aparecen en la historia de modo abstracto, y el hecho de que sean encarnados por las religiones no ha de quitarles valor alguno.

El sexto y último capítulo “Educación y espiritualidad ecológica” plantea el desafío para el desarrollo de una nueva forma de vida consistente con el cuidado del medio ambiente y la cuestión social. Este nuevo desafío se sustenta en la posibilidad que tiene el hombre de regenerarse y no perder por completo la apertura al bien, la belleza y la verdad. Un cambio de vida en la sociedad implicará un cambio de vida a gran escala, de modo que pueda revertirse el paradigma tecnocrático y el deseo consumista. Son los jóvenes quienes por su espíritu están más abiertos a los cambios y desean perpetuar el bien común, por ello se ha de apostar a la educación de los jóvenes, intentando recuperar el vínculo relacional con uno mismo, con el prójimo, con la naturaleza y con Dios. Será preciso el desarrollo de nuevos hábitos de amor y cuidado por la vida. Esta tarea compete tanto a la política como a las diversas asociaciones, y también a la Iglesia. Francisco propone a los creyentes especialmente una conversión ecológica, que apuesta a traducir los frutos del encuentro con Cristo en el vínculo con la tierra, es una “reconciliación con la creación”. Supone el cultivo de los valores, la riqueza de lo pequeño, la gratitud y la comunión. En el rol que cada uno ha sido llamado, se propone la cultura del cuidado, el cultivo de una identidad común, la preservación del ambiente y la protección de los pobres: es la construcción de la civilización del amor.